En medio de un contexto global marcado por el resurgimiento de tensiones geopolíticas, disrupciones tecnológicas y un creciente cuestionamiento al orden liberal internacional, el reciente acuerdo alcanzado entre Estados Unidos y la Unión Europea emerge como una jugada estratégica de gran escala. No se trata solamente de una reactivación del comercio transatlántico; estamos frente a una reafirmación del proyecto occidental como comunidad de valores, principios económicos compartidos y liderazgo global.

El pacto, cuya letra final fue anunciada en Bruselas y Washington hace solo unos días, contempla una serie de mecanismos de cooperación en materias clave: comercio digital, seguridad energética, innovación tecnológica, regulación de inteligencia artificial, cadenas de suministro críticas y defensa de la propiedad intelectual. Pero su importancia va mucho más allá de los aspectos técnicos: este acuerdo es una respuesta estructural al avance de bloques como los BRICS, que buscan consolidar una visión alternativa del orden global, con menos reglas, menor transparencia y con lógicas de poder por sobre el derecho.

Este entendimiento entre Estados Unidos y la Unión Europea representa el relanzamiento del eje atlántico, en momentos en que la fragmentación del mundo parecía inevitable. Lejos de encerrarse en sus fronteras, ambas potencias reconocen que su competitividad y su influencia dependen de alianzas inteligentes, basadas en estándares comunes, mercados abiertos y cooperación regulatoria. Y lo hacen conscientes de que hoy la rivalidad tecnológica con China y la competencia energética con Rusia no pueden abordarse con herramientas del siglo XX.

¿Y América Latina?

Para nuestra región, y especialmente para Chile, este acuerdo debería ser un punto de inflexión. Mientras algunos sectores promueven una integración precipitada con los BRICS, lo cierto es que nuestro entramado económico, legal y político está mucho más alineado con las democracias liberales que con las potencias autoritarias. Europa y Estados Unidos no solo son nuestros principales inversionistas, también son nuestros referentes en términos de Estado de derecho, innovación y sostenibilidad.

Ignorar esta realidad en nombre de un discurso tercermundista o antioccidental es renunciar a nuestras propias ventajas estratégicas. Si Chile quiere seguir siendo un país confiable, abierto al mundo y competitivo, debe mirar con atención este acuerdo. No para sumarse automáticamente, sino para alinear sus políticas exteriores, comerciales y regulatorias con los nuevos estándares que allí se están definiendo.

Un acuerdo con visión

A diferencia de tratados meramente comerciales, este pacto entre EE.UU. y la UE tiene una dimensión institucional profunda. Busca armonizar normativas en inteligencia artificial, coordinar respuestas frente a amenazas cibernéticas y establecer protocolos conjuntos frente a futuras pandemias. Es, en definitiva, un acuerdo para gobernar la globalización en tiempos de caos. Y en ese sentido, se convierte en una plataforma atractiva para terceros países que compartan esa visión de gobernanza global basada en reglas claras, valores democráticos y cooperación efectiva.

No es casual que, tras el anuncio del acuerdo, los mercados reaccionaran positivamente y varios gobiernos, desde Japón hasta Canadá, manifestaran su interés en adherir a sus principios o incluso explorar acuerdos bilaterales similares. El mundo está buscando referencias estables, y este pacto transatlántico ofrece justamente eso: previsibilidad, reglas del juego y un marco común.

Conclusión

En tiempos de guerra, inflación y polarización política, el acuerdo EE.UU.-UE es una señal de racionalidad. Es también una invitación a repensar nuestros alineamientos internacionales. Como país, Chile tiene la oportunidad –y la obligación estratégica– de observar con inteligencia este proceso, y preguntarse: ¿Dónde queremos estar en la próxima década? ¿Con quién queremos construir nuestras alianzas? ¿Y qué rol queremos jugar en el nuevo orden global que se está gestando?

 

No se trata de nostalgia por Occidente, sino de visión política. Los países que crecen son los que eligen sus batallas con inteligencia, se alinean con quienes comparten sus principios y entienden que la soberanía moderna no se defiende aislándose, sino participando activamente en la configuración de las reglas del juego.

Agregar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *