Marcelo Gutiérrez, Abogado y Analista en Desarrollo y Cooperación Internacional
La tregua alcanzada entre Israel y Hamas, tras dos años de enfrentamientos, abre una ventana de esperanza en un conflicto que parecía destinado a prolongarse indefinidamente. Aunque los números son estremecedores —más de sesenta y siete mil muertos palestinos, decenas de miles de heridos y un nivel de destrucción que supera el ochenta por ciento de la infraestructura en Gaza—, la decisión de ambas partes de iniciar un proceso de intercambio de rehenes y prisioneros refleja que incluso en los contextos más adversos existen espacios para el diálogo. El hecho de que familias palestinas comiencen a retornar a sus ciudades, aun en ruinas, es en sí mismo un gesto de resiliencia y de confianza en que el futuro puede ser distinto.
Este acuerdo inicial, que contempla la liberación de veinte rehenes a cambio de más de mil setecientos prisioneros palestinos y la retirada parcial de tropas israelíes, tiene un valor simbólico y práctico. Simbólico porque demuestra que los canales diplomáticos, con el respaldo de mediadores como Egipto, Catar y Estados Unidos, aún pueden operar con eficacia. Práctico porque establece una hoja de ruta que, si bien frágil, permite proyectar fases posteriores de cese al fuego y reconstrucción. En esa dirección, el compromiso internacional será decisivo: la magnitud de la catástrofe en Gaza exige no solo asistencia humanitaria de emergencia, sino un plan de reconstrucción sostenible que integre inversiones en salud, educación y desarrollo económico.
El horizonte no está exento de desafíos. Israel mantiene reservas sobre la seguridad de sus fronteras y sobre el desarme efectivo de Hamas, mientras que los países árabes enfrentan la presión de sus sociedades para que adopten posturas más firmes. Sin embargo, esta coyuntura también abre oportunidades. Una primera es la posibilidad de que se reactive la discusión sobre una solución política de largo plazo, probablemente bajo el marco de dos Estados, que parecía enterrada tras años de violencia. Una segunda oportunidad surge en la integración regional: los mismos países que hoy median podrían impulsar proyectos de reconstrucción que generen cooperación práctica y reduzcan tensiones.
Tres escenarios se vislumbran hacia adelante. El más favorable sería consolidar esta tregua en un proceso gradual de paz que, con acompañamiento internacional, desemboque en un modelo de convivencia estable entre dos pueblos que comparten historia y territorio. Un escenario intermedio sería el de una paz frágil, con avances parciales en reconstrucción y seguridad, pero con riesgo de retrocesos puntuales. El menos deseado es el retorno a la violencia, alimentado por la desconfianza y por la intervención de actores externos. Que prevalezca uno u otro dependerá de la voluntad de las partes, pero también de la firmeza con que la comunidad internacional respalde este esfuerzo y traduzca sus discursos en acciones concretas.

